Pinturas de guerra

Pinturas de guerra, de Ángel de la Calle (Reinos de Cordelia)

Han pasado catorce años desde que Ángel de la Calle publicó Modotti. Una mujer del siglo XX, una de las obras fundamentales de la novela gráfica española. Tras leer recientemente Pinturas de guerra, solo puedo constatar que la espera ha valido la pena. El autor asturiano ha creado una obra compleja, con multitud de personajes – tanto ficticios como reales -, con un gran número de cambios en el espacio y el tiempo, con infinidad de referencias artísticas y literarias; pero sobre todo ha conseguido narrar una gran historia. Sin duda uno de los mejores cómics que he leído últimamente.

El argumento de Pinturas de guerra es aparentemente sencillo: un escritor español, trasunto del propio Ángel de la Calle, se instala a inicios de los años 80 en París para escribir una biografía sobre la actriz Jean Seberg. Su estudio se encuentra en un edificio en el que residen varios artistas latinoamericanos exiliados, que huyen de la represión y la persecución de los regímenes dictatoriales que gobiernan sus países. Poco a poco, el protagonista va descubriendo las historias de cada uno de ellos y se ve inmerso en una trama criminal con el arte como eje central.

A través de los relatos de los diversos exiliados latinoamericanos, el dibujante muestra algunos de los episodios más terribles de los años 60 y 70: la matanza de la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, en México, en que el gobierno reprimió al movimiento estudiantil; la Escuela de Mecánica de la Armada, en Buenos Aires, donde fueron torturados y desaparecidos miles de opositores al régimen de Videla; o la represión que ejerció la dictadura chilena contra con el MIR – Movimiento de Izquierda Revolucionaria -, tras el golpe de Estado que derrocó a Salvador Allende.

Otro aspecto histórico esencial en la obra es el papel de Occidente, especialmente el de los Estados Unidos y Francia. La CIA fue una aliada indispensable para las dictaduras latinoamericanas: entrenó a oficiales en técnicas de interrogación, diseñó planes de actuación, financió acciones encubiertas y un sinfín de actividades más, todas encaminadas a perseguir y eliminar a la oposición izquierdista de los diferentes países de América Latina. Además, el cómic muestra el papel que jugaron los servicios secretos franceses, con miembros que habían participado activamente en la guerra de Argelia y que mantenían posiciones fascistas, al servicio también de la represión. Los exiliados no estaban a salvo en París, ya que hasta allí llegaban las tentáculos de los regímenes del cono sur.

Además de los episodios históricos mencionados, Ángel de la Calle recorre los movimientos artísticos de vanguardia de la época. La reflexión en torno al arte y su función política es uno de los elementos claves, y el autor ha conseguido mostrar visiones muy diversas que conforman un panorama realmente rico. La dialéctica entre compromiso y mercado está siempre presente y dota de mayor profundidad, si cabe, a la obra. Es destacable, especialmente, el movimiento autorrealista (del que no he encontrado referencias y por tanto, deduzco que es creación de Ángel de la Calle), que formado tan solo por tres miembros, trataba de cambiar el mundo por medio del arte.

La literatura es otro de los ámbitos fundamentales de la obra, ya que las referencias a autores como Cortázar, Philip K. Dick – El hombre en el castillo es una presencia constante – o García Márquez son constantes. El homenaje al autor argentino, que situó su novela más conocida – Rayuela – en París, es constante: imágenes como la anterior, localizaciones en la capital francesa, recursos narrativos…  de todo ello se ha valido Ángel de la Calle para retratar un escenario y una época tan interesantes y con tanta influencia en las décadas posteriores.

Otro gran acierto de Pinturas de guerra es la riqueza del lenguaje. Con personajes mexicanos, argentinos, chilenos o españoles, de la Calle se ha valido de sus amistades, originarias de esos países, para conseguir que la forma de hablar de cada uno de ellos sea la adecuada. La riqueza del cómic permite entender perfectamente los diálogos, pero al mismo tiempo muestra cuán diverso es el castellano. Especialmente brillantes – y terribles – son las conversaciones de los torturadores chilenos al inicio y al final de la obra.

A nivel gráfico el trabajo del dibujante asturiano es excelente. Mantiene las líneas maestras de Modotti, como el blanco y negro o las tramas manuales, pero es bien visible la evolución que ha seguido. El uso de luces y sombras, la oscuridad como elemento narrativo y la riqueza de composiciones narrativas conforman un conjunto de altísimo nivel. Los personajes son reconocibles y su expresividad está muy bien construida, siempre dando la medida que la acción requiere. Es curiosa la manera en que de la Calle dibuja algunos de los bocadillos, enlazados en diversas viñetas, pero tras la sorpresa inicial es evidente que facilita la lectura. Sin buscar grandes artificios, el talento del dibujante está siempre al servicio de la trama, nada es gratuito, todos los elementos están muy pensados y las piezas encajan.

La cantidad de matices, de historias dentro de la historia y el juego entre realidad y ficción permite muchos niveles de lectura y exige, como mínimo, una relectura para sacarle todo el jugo al cómic. Historia, política y arte se entrelazan en Pinturas de guerra, pero por encima de todo, Ángel de la Calle ha demostrado, de nuevo, ser uno de los grandes narradores del cómic actual. Sin ánimo de desvelar nada, es imprescindible leer hasta el epílogo para ser consciente de la magnitud de esta obra. Una lectura imprescindible.

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