Quai d’Orsay. Crónicas diplomáticas, de Cristophe Blain y Abel Lanzac (Norma)
Los entresijos de la política han sido muy atractivos para la mayoría de géneros artísticos y el cómic no ha sido ajeno a esta corriente. Series como El Ala oeste de la Casa Blanca o House of Cards se han aproximado a la política norteamericana, con enfoques muy diferentes. En el caso del cómic, como no podía ser de otra manera, la potente industria francobelga se ha centrado en la política francesa. Quai d’Orsay, que recibe su nombre por la localización del Ministerio de Asuntos Exteriores en París, retrata el mundo diplomático y de las relaciones internacionales.
El dibujante Christophe Blain puso su maestría a disposición de Abel Lanzac, pseudónimo de un antiguo consejero del Ministro Dominique de Villepin, y realizaron juntos un guión apto para el cómic. Se basaron en las experiencias personales de Lanzac en el Quai d’Orsay y dotaron a la obra de un gran tono humorístico. Pese a la complejidad y la profundidad de algunos de los temas tratados, su lectura es muy placentera y muy fluida. La obra consta de dos volúmenes, que Norma publicó también en versión integral.
El relato está dividido en dos partes: la primera, dedicada a los entresijos del Ministerio de Asuntos Exteriores francés, con un lugar esencial para las dificultades que tiene que afrontar Arthur Vlaminck, un asesor recién llegado, y la segunda, centrada en las negociaciones previas a la guerra de Lousdem – basadas claramente en el caso de Irak -, con la ONU y los Estados Unidos como principales escenarios de conflicto.
La narración se inicia con la llegada al ministerio del joven Arthur Vlaminck, quien recibe el encargo de elaborar los lenguajes. Las ¿brillantes? ideas del Ministro no pueden transmitirse directamente a la opinión pública, así que la labor de Vlaminck y el resto de asesores es elaborar los discursos de la mejor manera posible. Tienen que lidiar con las peculiaridades del Ministro, desde su manía de stabilarlo todo, hasta su pasión por el autor griego Heráclito.
La conciliación de la vida familiar con la vida laboral de los trabajadores del Ministerio es prácticamente imposible, ya que los viajes repentinos y las llamadas telefónicas a horas intempestivas son una constante. La particular jerga que utilizan los diplomáticos o las relaciones con los medios de comunicación también tienen un papel destacado en el cómic de Blain y Lanzac. Aunque fueron el reflejo de las relaciones jerárquicas entre los diversos estados y las luchas de poder entre la multitud de asesores y consejeros ministeriales los elementos con los que más disfruté durante la relectura de la obra.
Quizás el punto débil del cómic sea su poca ambición para criticar un sistema de relaciones internacionales bastante mejorable. La hipocresía del mundo diplomático aparece tan solo esbozada. Además, el retrato de Alexandre Taillard de Vorms, es decir, de Dominique de Villepin, está bastante dulficificado. El Ministro que crean los autores de la obra es un hombre excéntrico, pero siempre bienintencionado. Es presentado como una mente brillante pero incomprendida, que no tiene capacidad real para hacer frente a los enemigos de la paz y la prosperidad. Se echa en falta la inclusión algún episodio polémico, como las actuaciones francesas en Costa de Marfil o en la República Democrática del Congo durante los años de su mandato.
En lo referente al dibujo, Blain vuelve a demostrar que es uno de los mejores dibujantes europeos de los últimos años. Su uso de los recursos del cómic es magistral, ya que a partir de unas composiciones de página aparentemente sencillas, consigue que el relato tenga un ritmo endiablado. La expresividad de los personajes es abrumadora, como muestran las viñetas anteriores (fijaos en las manos que dibuja Blain). También es muy destacable su uso del color, que crea unas atmósferas que se adecúan maravillosamente a los continuos cambios de la narración. Por último, Blain consigue que las onomatopeyas jueguen un papel fundamental en el desarrollo de la acción y, al mismo tiempo, provoquen nuestra carcajada.
En definitva, Quai d’Orsay es una lectura muy recomendable. El mundo de la diplomacia, especialmente lo que sucede entre bambalinas, es muy atractivo, pero puede convertirse en una materia ardua. Pese a esto, la forma en que Balzac y Blain lo representan permite un acercamiento muy agradable. El tono desenfadado, incluso en los temas más espinosos; la gran cantidad de momentos desternillantes y el fantástico dibujo de Blain son los ingredientes que conforman un cómic de gran calidad. Si lo leéis, comprobaréis que es una obra digna de ser stabilada.